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¿avanzamos?

Como lo señala Haraway, es preciso tener clara la necesidad de visualizar de nuevo el mundo como un engañoso codificador con quien tenemos que aprender a conversar. Pero para conversar debo expresarme en mi idioma. También debo expresarme con un idioma con el que tú me entiendas.

A veces nos damos cuenta de que, las palabras no son la mejor manera de decir todo esto, no sabemos si describen bien el sabor del ajo o el olor de los mejillones. De lo que buscamos hablar ahora es del estudio, de la investigación. Pero esta investigación comienza en el hacer y no en el decir.

Uno podría pensar en el estudio como una especie de invernadero, de observatorio o incluso de faro. Y por supuesto la luz es importante. Pero en nuestra opinión, un estudio cuando se utiliza, es mucho más parecido a un estómago, Un lugar de digestión, transformación y evacuación, donde se origina todo el bienestar.

Después de todo, un estómago lleno es, desgraciadamente uno de los sueños más antiguos de la humanidad, ¿no?

Cuando uno intenta expresar injusticia, casi nunca da con las palabras adecuadas. E igual es que no tenemos que centrarnos tanto en las palabras. Nos importa más encontrar un vocabulario visual afín a nuestro léxico poético. La materialidad del proyecto busca así, ser coherente con su naturaleza bastarda. No busca negociar su continuidad o su existencia mediante formatos rentables.

No queremos elaboraciones refinadas, ni retoricas herméticas, sino que más bien centrarnos en recursos fácilmente apropiables, técnicas reproducibles, incluso saberes populares. Si se quiere, son recursos reiterados, a veces previsibles y manidos. Su condición «artística», desde el punto de vista de originalidad, autoría o actualización respecto del debate contemporáneo, importa aquí poco y nada.

Es por eso que el cartón de leche es importante, importante por lo que significa, e importante por como llega a este proyecto. Llega de la mano de Sirine, Valentina, Mohammed, Conchi, Manuela, Mateo, Hind, Noufel, Yusuf, Nerea, Tayeb y la señora Lourdes. Con ellos, por las tardes después de hacer los deberes hablábamos. Hablábamos de pintar la calle y diseñábamos nuestra identidad, pintábamos la bandera gitana y la de Palestina, Valentina dibujaba su casa al lado de su nombre porque eso la representaba a ella, los cables de detrás de la tele. Y llegamos a la solución de las problemáticas que les planteaba yo con mis actualizaciones semanales del proyecto. Tenía que ser el cartón de leche, así ellos podrían devolverme cada semana los que habían recolectado en su familia y así profe lo vamos a terminar rapidísimo…

Ahí empezamos a beber leche, todos. Nos articulamos, y como no estamos solas, fabricamos nuestro mecanismo de colegas en red, relacionados en reciprocidad. Mi familia de 50, las familias de mis niños, las de mis amigas, las mamas de mis amigas que están fuera y fuimos sumando. Así cada semana mediamos si el muro estaba mas cerca de la altura de Hind, o incluso ya de la mía cuando llegamos a los 400.

El manejo de los desechos tiene un profundo significado político, ya que representa el reverso del capitalismo de consumo. El cartón de leche nos recuerda a Los espigadores y la espigadoras de Agnès Varda, donde espigar, un término que originalmente se refiere a recoger lo que queda en los campos tras la cosecha, se amplía para incluir las distintas formas de reutilizar lo que otros han descartado, también en un contexto urbano. Esto sería otra manera de espigar.