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no tengo otra mejilla
tengo manos

acciones no solicitadas

Las jerarquías y autorizaciones que sostienen el modo de vida que se nos propone, conforman unos códigos que existen en todas las prácticas, desde las mas institucionales a las más marginales. Lo humano ha funcionada históricamente como un mecanismo de inclusión y exclusión. Rossi Braidiotti

Hay determinados códigos, que a nosotras nos limitan y nos hacen daño, Incluso más cuando se trata de tu propio gremio, de los mandamientos que debes acatar para pertenecer. El graffiti, que se abandera de practica desde el margen, pero reproduce, y no lo culpo, en sus formas de hacer jerarquías patriarcales.

¿Quiénes pueden ser grafiteros? ¿Qué pertenece a esta categoría y qué queda fuera de ella? ¿cuáles son sus fronteras? ¿quiénes están legitimados a trazar esas fronteras? ¿en qué reside esa legitimidad?

Como dice Marisol de la Cadena, en otro contexto completamente distinta, pero aplicable “Las mujeres somos más indias”, mientras plantea que las mujeres indígenas son objeto de una mayor marginación económica y social. En este, en cuanto a riesgo se refiere, nosotras somos entonces más escritoras, más grafitteras. Pero es que no queremos serlo, queremos crear herramientas que nos permitan establecer un margen de cuestionamiento. Herramientas que medien con nosotras, nuestras limitaciones, nuestros haceres y el territorio.

Aunque nos gustaría que fuera de otra manera, todo parte de un borrado. Un borrado selectivo, que nos hacen nuestros propios colegas, siguiendo fielmente los códigos del graffiti pero sin entender que estos nos excluyen. Sería curioso que en el seno de donde nos viene la enfermedad surgiese también el remedio, así que nos alejamos. Decidimos entonces no asumir. No reproducir sistemas que nos limitan.

Es entonces ante esta situación, cuando necesitamos HACER. Y hacer como mujeres, como arquitectas, grafiteras, murcianas, de cabo de Palos, que siempre han hecho. Llevamos años hablando de los mismos temas, no nos cansamos. Desde que Amaya y yo hicimos nuestro primer video en segundo de carrera llevando todas las acciones de aquello asociado a lo privado a la calle. Porque el urbanismo no se acuerda de los urbanizados, los ordena y los oculta. Este video puede que abriera una conversación que nos acompañara toda la vida. También con otros proyectos visuales, en los que dignificábamos nuestra existencia, dentro de la decadencia y dentro de la ruina. Nos alegra saber que el tono ha cambiado, ha dejado atrás el pesimismo y actúa de manera afirmativa.

Creamos entonces la primera Respuesta no solicitada: No tengo otra mejilla, tengo manos. Mandándole un beso a Mercedes Sosa desde aquí.

Empezamos a escucharnos, sin mucha ambición, buscando en nuestras urgencias propias. Es por eso que decidimos crear un muro efímero, alegal y transportable. Un muro, que se despega de su propia connotación de muro y se resignifica. Frente a lo testosteronico de un muro como tal, que, entre dos, pueden levantar una mañana apostamos por explorar nuestra forma de hacer y de producir.

Apoyarnos en nuestras redes de amigas y familiares, realmente como actuamos nosotras per se, y comenzamos a crear un muro lento y participativo, un muro de apegos y de cuidados. Que nos permitiera pintar en casa, llevarlo entre nosotras y sanar. No queremos tapar a nadie, ni pisar, solo liberal temporalmente espacios en los que fuimos borradas, haciéndolo con nuestros nuevos códigos

Nuestra fuerza, si es que alguna tenemos para el público que nos observa, está en este reconocimiento: somos quienes somos, y hay otras que son quienes son. Incluso hay otra para quien todavía no tenemos palabra para nombrarla y, sin embargo, es quien es. Cuando decimos «nosotras» no estamos absorbiendo, y así subordinando, identidades, sino resaltando los puentes que hay entre los diferentes dolores y las distintas necesidades.

En esta acción, superponemos nuestro muro en el muro donde se origina la herida. Diseñamos una imagen que añade, añade nueva información, no tapa, no olvida. Una imagen que recuerda y crea una memoria visual de lo sucedido. Nos agarramos a la pintura que nos opacó, parasitamos la pieza y de esta manera liberamos temporalmente el espacio para nosotras. Como no tenemos más mejillas que poner, o nos hemos cansado de ponerlas. Miramos un poco más abajo, y descubrimos unas manos, manos dispuestas a proponer y crear, y con estas manos comenzamos a sanar. Esas manos nos llevan también a construirnos un carro, como parte del diseño de la acción, para poder transportar el muro entre dos. Aunque luego, como nos dimos cuenta, hacen falta más manos, siempre nos hacemos falta.